Cartagena de Indias, historia colonial en Colombia

Vista de Cartagena de Indias

Cartagena de Indias es como visitar dos lugares a la vez, pero en uno sólo. La noche y el día empapan la ciudad de un carácter levemente distinto. Sus callejuelas empedradas buscan la luz y las viejas historias que andan aún colgadas de algún ramal de sus murallas. De fondo, la brisa del mar duerme plácidamente a los pies de los colores.

Patrimonio Cultural de la Humanidad desde 1984, Cartagena de Indias es una de esas típicas ciudades coloniales. Tal vez el turismo haya provocado que se despierte con otros ojos. Pero el encanto de sus viejas iglesias y conventos, el colorido de sus plazas y el sabor sugerente de su alegría racial caribeña sigue inundando el ambiente.

Murallas, baluartes y fuertes nos recuerdan a la Cartagena histórica. La salsa, las rumbas y las congas son la alfombra mágica de una noche que nos lleva en volandas hasta el amanecer. Como antiguo puerto del Mar Caribe en tiempos de Felipe II, Cartagena de Indias tuvo que refugiarse bajo el espejo de sus murallas.

Su belleza de color y su sabor turgente hizo que piratas y corsarios frecuentaran sus costas. Hoy desde los viejos cañones tan sólo se dispara el beso de una pareja de enamorados. Los atardeceres de Cartagena son los únicos que, día a día, siguen teniendo abiertas de par en par las murallas de la ciudad.

El Fuerte de San Felipe de Barajas aún vigila Cartagena. Un paseo por esta explosión de colores coloniales nos llevaría a conocer el célebre Museo del Oro o el Museo Histórico y de la Inquisición. Las calles del centro histórico, que yo recomiendo que recorráis en coche de caballos a la luz de la luna, abren sus brazos en señal de piedra y faroles amarillentos.

Fijaros en la piedra con la que está construida la muralla de Cartagena de Indias. ¿Lográis adivinar qué es?. Sí, es piedra de coral, obtenida del mar. Para algunos podría ser un lujo, un adorno inncesario. Para los piratas franceses y holandeses fue una barrera infranqueable.

Cartagena de Indias cuida con tanto esmero su pasado, que los dueños de las casas del centro histórico no pueden tocar el aspecto de las mismas. Imaginaros lo que supone pasear por ella, perderse en el laberinto de calles, plazas, iglesias y conventos. Un cristalino mar del siglo XVIII, y una Cartagena vieja y bella, enorme, sutil y hermosamente caribeña.

Foto Vía Absolut Hoteles

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