Dentro de los muchos lugares que uno debe ver en Roma, sobresale la bella Basílica di San Clemente. La sencilla imagen que desde fuera ofrece esta basílica, ubicada en la base del monte Esquilino, al lado del Coliseo y del monte Celio, no permite adivinar los maravillosos frescos y mosaicos medievales que decoran su interior, y que la erigen en uno de los templos más sobresaliente de la capital de Italia.
Dedicada a unos de los primeros Papas, esta basílica representa las diferentes fases de la historia artística y religiosa de Roma. La iglesia del siglo XII (se levantó entre los años 1108 y 1184) se construyó sobre otra del siglo IV que a su a su vez se había edificado encima de una casa romana del siglo I, a la que se había añadido, en el último tercio del siglo II, un templo dedicado a la deidad pagana Mitra.
Aunque el templo del siglo IV fue casi destruido por los invasores normados en 1084, todavía se aprecian los trazos del edificio original y algunos elementos decorativos medievales. Asimismo, se debe disfrutar con los frescos románicos del siglo XI que ilustran la vida y los variados milagros de San Clemente.
En la basílica medieval sobresalen el oro de mármol y los frescos renacentistas que decoran la Cappella di Santa Caterina. Pintados en 1429, se trata de una de las pocas elaboradas por el artista florentino Masolino de Panicale. Desarrolan la azarosa vida de la santa Catalina de Alejandría.
Los sensacionales mosaicos del ábside datan del siglo XII. En éste se representa el Triunfo de la Cruz, en el cual se pueden ver doce palomas que simbolizan a los apóstoles.
Por último, dentro del recinto de la basílica, un antiguo camino romano conduce a una casa romana del siglo I y al templo de Mitra de un siglo después. Finalmente, si está abierta la puerta principal de la iglesia superior, hay que conocer el quadroporticus, un atrio cuadrado con columnas delante de la fachada principal.
Foto vía Absolut Italia